Sergio Ricardo Hernández Mancilla *
Twitter: @SergioRicardoHM
El pasado 3 de julio conmemoramos la histórica elección de 1955 en la que se le permitió a las mujeres mexicanas votar por vez primera por una autoridad federal.
Mucho se le festeja a Adolfo Ruíz Cortines por haber promulgado las reformas, sin embargo, es más justo reconocer que fue el resultado de una lucha feminista que inició desde finales del siglo XIX. Además, si de reconocimiento se trata, hay que reconocer también que el derecho al voto para las mujeres llegó muy tarde a México en comparación con otros países del mundo y del continente.
A 65 años de distancia, ¿qué tanto podemos decir que se ha avanzado en materia de igualdad de género?
En los últimos 25 años hemos sido testigos de una serie de reformas y acciones afirmativas orientadas a fortalecer los derechos políticos y la participación de las mujeres en la toma de decisiones públicas, con las que fuimos transitando poco a poco a un Congreso más equilibrado.
Finalmente, desde el 2018 tenemos la primera legislatura -casi- paritaria en la historia y desde 2019 a dos mujeres presidiendo ambas cámaras de manera simultánea.
Además, hoy tenemos a dos gobernadoras y la mitad del gabinete federal son mujeres.
Parecería que vamos muy bien y que hay mucho que presumir en las normas y en las formas.
Para cerrar con broche de oro, hace un año se aprobó una reforma constitucional que busca garantizar paridad no solo en el Congreso, sino en todos los espacios políticos del Estado.
Los hombres involucrados no tardaron en apropiarse el logro y no han dejado pasar la oportunidad de presumir la acertada decisión, como si hubiera sido en otro mundo y otro siglo donde se puso de moda usar a las famosas “juanitas” (2009) para librar las entonces llamadas cuotas de género, o donde 17 candidatos se hicieron pasar por mujeres para poder postularse, sin ser miembros de la comunidad transexual o muxe (Oaxaca, 2018).
Complacernos con las leyes y los números de hoy sería muy engañoso.
En 1955 se decía que con la libertad de voto se incrementaría sustancialmente la participación de las mujeres en la vida pública. No fue así.
La primera gobernadora, Griselda Álvarez, llegó hasta 1979. Desde entonces a la fecha solo 9 mujeres han ocupado ese cargo. Mientras tanto, en el mismo rango de tiempo (1979 – 2020) hemos visto a más de 300 hombres encabezar gobiernos estatales.
La primera secretaria de Estado, Rosa Luz Alegría Escamilla, fue nombrada hasta 1981 en el gobierno de López Portillo, sexenio en el que rondaron más de 32 secretarios.
Desde el nombramiento de Alegría Escamilla a la fecha solo 31 mujeres han encabezado una secretaría de Estado.
Es decir, solo en el gobierno de López Portillo hubo más hombres encabezando Secretarías que todas las mujeres en la historia de México.
Es cierto que hoy dos mujeres presiden el Congreso de la Unión, pero de las 16 coordinaciones parlamentarias, 13 son lideradas por hombres. O sea, más del 80%.
Si profundizamos analizando al poder judicial, los congresos locales, gobiernos estatales, ayuntamientos, regidurías, organismos autónomos y demás espacios del Estado, las cifras serías irrisorias.
Hay todavía una distancia abismal entre hombres y mujeres en el acceso a los recursos políticos y públicos.
Lo que plantean las reformas y las políticas actuales son, si acaso, medidas compensatorias con una historia de desventajas y relegación de oportunidades, espacios y derechos. La historia nos muestra que la igualdad no se gana solo con la aprobación de la norma y el diseño de la política pública, sino con la correcta aplicación, vigilancia y efectividad de estas.
No es para menospreciar los esfuerzos y los logros alcanzados, pero en lugar de festejarlos como un logro en sí, debemos entenderlos como un punto de partida muy tardío para lo que, esperemos, se consolide algún día como verdadera igualdad de género.
El salto del chapulín.
La libró.
El canciller Marcelo Ebrard ha sabido mantener su liderazgo en el gobierno sin haber tenido una crisis fuerte en año y medio. Nada fácil de aguantar cuando se está en la primera fila mediática permanentemente.
La visita de AMLO a Trump parecía ser su primera prueba de fuego.
Los dos mandatarios salieron contentos y obtuvieron lo que querían, cosa que no puede atribuirse más que a una muy buena operación política y diplomática del multisecretario.
Prueba superada.
(*) Politólogo y consultor político. Socio de El Instituto, Comunicación Estratégica. Desde hace 10 años ha asesorado a gobiernos, partidos y candidatos en américa latina.
9 de julio del 2020.
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