Rohingyas, frente a la tempestad del COVID-19

 

Guadi Calvo*.

 

En el campo de refugiados más grande del mundo, en Cox’s Bazar, al este de Bangladesh, cercano a la frontera con Birmania, donde se hacinan cerca de un millón de expatriados rohingyas, según cifras oficiales 860 mil, las organizaciones humanitarias que allí trabajan como Médicos sin Fronteras (MsF) se alistan, a enfrentar con escasos recursos, la pandemia que ha puesto de rodillas al sistema sanitario del mundo, y que se espera en África y justamente en Cox’s Bazar, frente al abandono de las grandes potencias y los organismos internacionales, alcance su cota más espeluznante.

Con escasos recursos un puñado de organizaciones humanitarias sueñan con evitar la tempestad que se cierne sobre la desangelada etnia birmana, de creencia musulmana, contra la que el gobierno dirigido desde la sombras por la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi y el Tatmadaw, el ejército birmano, están ejecutando desde 2015, una fenomenal limpieza étnica en la provincia de Rakhine, obligando a escapar de sus territorios al noventa por ciento de esa población, casi un millón 300 mil personas en su mayoría campesinos, que debieron huir hacia el país vecino, mientras otros se lanzaron al mar en búsqueda de costas más amables. El número de los asesinados por el Tatmadaw y los perdidos en el mar jamás podrá ser conocido.

Los equipos sanitarios que trabajan en el campo de Cox’s Bazar, durante las últimas semanas han estado dando instrucciones básicas a los pobladores para el control y prevención de infecciones y la aplicación de los protocolos para el manejo de infectados con COVID-19. Aunque medidas esenciales como el aislamiento son inaplicables, hay pequeños ámbitos, sin condiciones de salubridad, pisos de tierra, cuando no de barro, sin agua potable en los que conviven hasta una docena de personas, además hay que tener en cuenta que las letrinas, la distribución de alimentos y combustible son comunes, por lo que las largas colas y agrupamiento de personas es constantes, convirtiéndose en verdaderos focos de infecciones, no solo del Covid-19. Tampoco los médicos y enfermeros, cuentan con elementos para su protección, mascarillas, guantes, batas, lo que a la sombra de lo sucedido en puntos infinitamente mejor preparados como España, Italia o el Reino Unido, los equipos sanitarios, estarán y lo saben entre las primeras bajas.

Cox´s Bazar, ubicado entre Bangladesh que ya ha registrado casi 15 mil infectados y 228 muertos y Birmania con números muy pocos verificable reporta solo 128 infectados y seis muertes, al tiempo que el campamento todavía no ha reportado contagiados, pero se prevé que es solo cuestión de días, a lo sumo semanas, para que la enfermedad finalmente se instale.

Mientras esto sucede entre los refugiados y los pobladores locales se extienden el miedo y la desconfianza mutua, que podría en cualquier momento a producir algún tipo de choque, mientras que la desinformación y los rumores maliciosos transitan con más velocidad que el virus, generando cada vez más diferencias entre ambos colectivos. Se han detectado que quienes puedan estar teniendo algún síntoma de la enfermedad, lo ocultan por temor, no solo a ser confinados lejos de sus familias y afectos, sino también en caso de los rohingyas de ser literalmente asesinados. Por lo que es estas últimas semanas, gracias al prejuicio extendido entre los pobladores, los centros de asistencia médica de los campos de refugiados se han visto con escasos pacientes, ya que cualquiera que tenga que asistir, por cualquier otra razón que no sea el COVID-19, temen ser estigmatizados, cuándo entre los refugiados son comunes patologías como trastornos psiquiátricos post traumáticos, a partir de la experiencias vividas por la represión sufrida en su país, en que no solo sufrieron abusos y torturas, sino tuvieron que presenciar la muerte de familiares, amigos y vecinos, junto a la destrucción de sus viviendas y sembradíos, además de VIH y otras enfermedades no trasmisibles como diabetes para lo que se necesita un seguimientos estricto, ahora interrumpidos por los propios enfermos para no ser “manchados” como enfermos de coronavirus.

Según un miembro de MsF, antes que estallara a nivel mundial la pandemia, en el hospital de Kutupalong, uno de los tantos sectores en que se divide el Campamento de Cox´s Bazar, diariamente atendía a entre 80 y 100 pacientes principalmente para cambiar vendajes de heridas crónicas que requiere desinfección y cambio de vendajes cada dos o tres días, han dejado de asistir en un gran número, llegando a veces a solo 30 pacientes por día. Lo que sin duda agravara el cuadro de sus heridas, llegando provocar nuevas infecciones que les podrían provocar la muerte.

Con el fin de terminar con esas prevenciones y dado que la comunicación por internet es casi imposible por la falta de acceso de la gran mayoría, y lo desaconsejado que se encuentra los agrupamientos, son los equipos médicos los que deben realizan visitas a las viviendas de los refugiados, para clarificar los conceptos, aplacar miedos y que la gente aprenda a prevenir los contagios. 

Como despojos del mar

El pasado jueves ocho se confirmó que cerca de 300 rohingya, entre los que se incluía niños fueron dejados por las autoridades bangladesís en Bhasan Char (Isla flotante) un campo de “detención de facto” tras haber estado a la deriva durante semanas en el mar de Adaman y haberles sido denegada la entrada a diferentes puertos de varios países de la región, como Tailandia y Malasia, con el consiguiente riesgo de morir por falta de alimento, agua, insolación o ahogados tras un naufragio, además de la posibilidad siempre latente de caer en manos de alguna de las bandas de traficantes de personas que recorren el golfo de Bengala en procura de víctimas, usualmente pescadores, para cobrarles rescate a las familias, la “tarifa” es de unos 100 mil takas bangladesíes por persona el equivalente a unos 1150 dólares, una verdadera fortuna en esas áreas. Todavía sin confirmar existe la posibilidad que esta embarcación haya sido parte de un grupo de otras embarcaciones que posiblemente, si tienen suerte continúen a flote navegando sin un curso cierto. 

Dhaka, había confirmado ese mismo jueves, que el bote rescatado, estaba siendo remolcado a Bhasan Char, una formación sedimentaria, de unos cuarenta kilómetros cuadrados, formada hace veinte años, a unos treinta kilómetros del continente frente al estuario del río Meghna años, a la que solo se puede acceder por barco tras tres hora de navegación. Ya que es imposible la construcción de pistas de aterrizaje dadas las condiciones del suelo, que sufre constante inundaciones particularmente en la temporada de Monzones entre junio a septiembre.

La condición limosa del terreno no permite ningún tipo de explotación agrícola que pueda generar modos de supervivencia a quienes se instalen en ella. Además los lindes de Bhasan Char son en extremo irregulares ya que el mar suelen horadar ciertas bordes, mientras deja liberada tierras en otros lugares, por lo que cambia de manera constante de forma y de tamaño. Diferentes estudios han señalado que las condiciones de esa isla harían impracticable una evacuación de urgencia para los 100 mil refugiados rohingyas a los que el gobierno bangladesí pretenden instalar allí, de producirse algún desastre. Dada esta los líderes de la comunidad rohingya, junto a numerosas las agencias internacionales de derechos humanos, en diciembre último Dhaka debió detener el traslado, para lo que ya había construido una sería de barracones de hormigón, con capacidad para unas 100 mil personas que no cuentan con servicios básicos.

Abdul Momen, el ministro de Relaciones Exteriores de Bangladesh, ya había anunciado que todos los rescatados en el mar, serían concentrados en esa isla, para evitar cualquier riesgo de contagio del COVID-1, en los campamentos. Se conoció que muchos de este último contingente habían huido de Cox’s Bazar, para intentaron llegara a Malasia, con la idea de procurarse una vida mejor. A pesar de lo riesgoso que es hacerse al mar en embarcaciones que se encuentran en pésimas condiciones de navegabilidad, al tiempo que también son conscientes que en los campamentos las posibilidades de futuro son prácticamente nulas a lo que ahora se le debe sumar la posibilidad de morir frente a la tempestad del Covid-19.

 

*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

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