Mi visita a Rosario Robles en Santa Martha Acatitla

06 de Diciembre de 2019

Día 115 de Rosario Robles en la cárcel. La vimos en un despacho del penal de Santa Martha Acatitla acondicionado como sala de visitas.

De entrada, me topé con una sorpresa cuando una de las dos mujeres que la custodiaban abrió la puerta y me pidió que pasara.

La encontré con su amigo en las buenas, en las malas y en las peores, como la de ahora: José Narro Robles.

Los dos le van a Pumas, son paisanos (de Coahuila), tocayos (por el Robles) y “pareja de baile”, nos dijo el exrector de la UNAM.

El doctor Narro se fue a los diez minutos de la llegada de este reportero. Dejó el penal con la promesa de regresar. “Ustedes tienen que hablar”, nos dijo.

Con Rosario hablamos de la pesadilla que vive cerca de una hora. La encontramos más delgada. “He bajado siete kilos”, asegura. Está muy consciente del momento por el que atraviesa.

Sabe que la 4T la usa como emblema de la lucha anticorrupción y que eso juega en contra de que lleve su proceso en libertad. No es el caso con todos los otros implicados en la llamada Estafa Maestra.

Sólo ella está encerrada. “Ni que yo fuera toda la Sedatu o la Sedesol”, comenta con sarcasmo.

 

* La charla la realizamos sin prejuzgar sobre su culpabilidad o su inocencia. Nos llama la atención, eso sí, que habiendo muchos más implicados en ese caso, sólo ella está en la cárcel.

El juez Felipe Delgadillo Padierna, sobrino de la diputada que lleva su segundo apellido, envió a la señora Robles a Santa Martha Acatitla por un delito que no amerita prisión preventiva: ejercicio indebido de la función pública.

Alegó “riesgo de fuga”, basado en una licencia que ya quedó más que demostrado que es falsa.

La exsecretaria de Estado ya ganó una pequeña batalla. Va muy bien la petición de amparo para que el juez Padierna sea separado del caso. “Es clara su animadversión”, dice. El 6 de enero se resuelve.

A lo largo de la charla nos dice, una y otra vez, que no le han encontrado nada en los meses que la han investigado. “Ni un carro ni un departamento ni un rancho, como a esa bola de cabrones”, señala.

Explica que se presentó ante el juez con la confianza “del que nada debe” y que, contrariamente a la creencia popular, no tiene dinero para andar a “salto de mata” por todo el mundo. Tampoco el ánimo para vivir permanentemente con esa angustia. “No tenía opción”, dice.

Hay momentos en que la pesadilla que vive en ese reclusorio femenil la hace flaquear. Lo admite. Pero luego recuerda lo que su hija Mariana le dijo a unos amigos. “No enterré a mi mamá, la puedo abrazar”. Eso le da fuerza y ganas de vivir.

 

* A la mitad de la charla salió el tema de esa fakelicencia (así le dice.) El documento lleva otra firma, una foto extraída de internet y un domicilio que no existe. “Que hagan un peritaje sobre la firma y la huella digital”, insiste.

Sobre el tema cuenta que con los sismos de septiembre, el edificio sede de esa secretaría quedó tocado. Tuvo que mudarse. Les dieron hospedaje en un inmueble de Turismo que está en Presidente Masaryk.

No niega que rentó un departamento en la calle de Tennyson, pero en Polanco, alcaldía Miguel Hidalgo. “El dueño se llama Gerardo Ruiz Esparza”, señala.

La bronca con la fakelicencia es que el domicilio que pone no existe.  Ubica la calle de Tennyson en ¡Axotla, alcaldía Álvaro Obregón!

Por eso se atrevió a lanzar el reto al fiscal Gertz de que si le comprueban que vivió allí se declara culpable. “Vayan a Axotla a buscar”, dice.

Otro tema a platicar con ella es el juicio político que de última hora le abrieron en la Cámara de Diputados con la única intención de hacer ruido mediático. Ya está inhabilitada y enfrenta su proceso en la cárcel.

Rosario conoce el documento. Lo leyó.  Es de la Subcomisión de Examen Previo. Un ladrillo que menciona, en alguna parte, el “testimonial” de Emilio Zebadúa, exoficial mayor de Sedesol y de la Sedatu; uno de sus hombres de confianza.

Esa mención la tiene desconcertada, confundida. No ve ni sabe nada de Emilio desde enero. Mala señal. Quiere no creer. “En las carpetas (de la investigación) no hay nada sobre él”, dice en un par de ocasiones. Pero luego vuelve a la realidad y se le escapa un “¡Qué poca madre!”.

— ¿Qué te ha dejado esta experiencia?—, le preguntamos.

— Mucha meditación. He aprendido a no juzgar a nadie—, remata.

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